Sudoroso,
con los dientes apretados ocultando una rabia que le hace mascullar solo hacia
dentro todo tipo de improperios, Jaime permanece quieto en las escaleras mecánicas
que dan al andén, viendo cómo su tren se aleja.
Han
sido apenas dos minutos. Suficientes para perderlo.
Se
lamenta de no haber tenido su maleta preparada la noche anterior, de no haber
previsto que tendría que pasar por el cajero para obtener dinero suelto para
pagar al taxista. Se recrimina su falta de lucidez para prever los
impedimentos que siempre se atraviesan en circunstancias límite: el excesivo
tráfico, lo alejada que está de su casa la parada de taxis… Se culpa, se
machaca, aunque sabe que esto no hará retroceder al tren por los raíles que
empiezan a vibrar por el paso de las ruedas metálicas que desde lo alto de la
escalera ve tomar velocidad.
Ha
perdido el tren justo el día de la fiesta grande. Su chica estará esperando y
él no se presentará. De nuevo tendrá que improvisar una excusa, un gesto, una
mirada, una pose exculpatoria.
Quieto,
empieza a preguntarse cada cuánto tiempo salen los trenes hacia su destino, si
le reembolsarán la cuantía del pasaje. La punzada en el estómago se hinca
profundamente en su organismo al pensar las veces que ha perdido algo. Se cruzan
por su mente las llaves que extravió hace dos semanas, la espalda con la melena
suelta de su exnovia el día que la vio marchar definitivamente. Todo lo perdido
comienza a llamar a la puerta de su conciencia a timbrazo limpio.
Tras
unos minutos detenido, congelado en una pétrea inacción, Jaime reacciona y se va
quejoso a tomar aliento. Se sienta en un lugar apartado de la estación para
recomponer su maltrecha circunstancia, a inventar algo que le tranquilice. No
lo logra. Puede que ya no haya trenes hoy para Santiago. Puede que en pleno
verano, aunque haya trenes, no haya billetes. En pleno día del Apóstol. En
plenas fiestas. A 24 de julio. Solo a él se le ocurre perder el Alvia
Madrid-Ferrol en una fecha como ésta.
Fatigado
por su cavilar, Jaime, entristecido, se levanta y encamina hacia su insulsa
existencia, plena de fracasos. Sin nada que celebrar.
4 comentarios:
Gran relato, Luismi. ¿Sabes que estuve a punto de coger ese tren? Y también me lamenté de que al final se me trncara el viaje.
Acostumbro en consulta a escuchar las desdichas por todo lo perdido, lo cual nos impide coger los trenes que siguen pasando. Pero lo cierto es que no sabemos con certeza si precisamente por haber perdido nuestra vida ha podido mejorar, o al menos no empeorar.
Qué casualidad lo de tu tren. Una pérdida que te salvó la vida.
Un abrazo
No puede ser más certero este relato y el caso que muestras un extraordinario ejemplo de las "casualidades" que se cruzan en nuestro camino y de sus interpretaciones.
Super interesante tema.
Un abrazo, Luismi,
Sobre este asunto trabajaremos en una de nuestras charlas. Me alegra que te haya gustado.
Un abrazo, Nines.
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