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CARDO BORRIQUERO

Los caminos certeros son mentira. De la ruta a la rutina no hay más que dos pasos y dos letras.

viernes, 10 de septiembre de 2021

Para celebrar que acabamos de superar las 100.000 visitas al blog, publico un texto psicoanalítico que trata sobre la cuestión de la constitución del sujeto. Un cordial abrazo y a por las 200.000.

 

Constitución del sujeto y donación: sondar lo insondable

Aquel que carece de creencias solo puede decir creo cuando está creando.

¿Habrá alguna hendidura por la cual podamos sondear la razón que haga entreabrir las compuertas que den acceso a la constitución de la subjetividad? ¿Existirá la sonda con la que perforar la insondable decisión del ser? A esta prospectiva tarea nos encomendamos, partiendo del supuesto de que la adquisición de los operadores lógicos que permiten al sujeto constituirse como tal es a la par que de difícil penetración, correlativa de una donación, una renuncia, una transformación; un cierto grado de claudicación primaria, podríamos decir. Rendición constructiva, derrota lúcida, deposición fecunda. Es precisamente por la apertura que genera este inicial sometimiento, por donde pueda infiltrarse lo que antecede al nombre: el don. Si se produce una entrega —de goce— ha de darse irremisiblemente el hecho de que el gozante vislumbre algún tipo de recuperación, siendo por lo tanto la confianza en que esta compensación sea posible, la clave que permita a un sujeto adquirir las herramientas con que forjar su subjetividad. El hecho de vislumbrar un cierto retorno de goce es lo que posibilita la entrega, la cesión que implica la incisión. La sustitución podrá entonces advenir, puesto que el lugar es precisamente definido como el ahí donde viene a instaurarse una serie en devenir, con los desplazamientos e intercambios que permitan la conformación de una serie. Una tierra de nadie donde se puedan intercambiar objetos constituyentes de lo que configura el ser del ente humano: dasein.

Un desprendimiento, una cesión se habrá materializado, concesión que implica una pérdida, incisión decisiva que produce un recorte en la masa palpitante por donde pueda venir a instaurarse una subjetividad nominada. El factor tiempo es de suma relevancia en esta cuestión, habida cuenta de que lo que se entrega en el presente, se espera produzca un resarcimiento en el futuro. Rendición que produzca un rendimiento, ganancia postraumática. Son los intercambios lo que introducen el factor tiempo en la composición del sujeto: existe un porvenir, por lo tanto el deseo puede sufrir modificaciones, permutaciones. Es posible una espera, la paciencia. Una suelta previa ha de formalizarse para que el futuro nazca en nuestro psiquismo; el factor tiempo ya no sería sinónimo de hecatombe, caída, desmoronamiento. Confiar implica fiar, tener la seguridad de que lo entregado nos será retribuido: el Otro responderá. Porfiar será la contrapartida, la brega, la riña que tendrá lugar por haber sido traicionada nuestra confianza: el Otro solo pretende gozar de nosotros, somos su objeto.

Que el candidato a sujeto admita la inserción del Nombre del Padre como operador fundamental que metaforice el deseo de la madre, ha de pasar previamente por la asunción de que desvinculándose del lazo primigenio con el Otro primordial, este desasimiento no producirá una caída en la desaparición, la afánisis, el deser; una transacción, un intercambio ha de tener lugar para poder ingresar a la posición de sujeto de pleno derecho. Si el amor posibilita que el goce condescienda al deseo, es precisamente porque una donación ha sido recibida: dar lo que no se tiene. Se produjo la entrega, si bien lo recibido sea una oquedad, un vacío: lo que falta. Es por la transmisión de dicha falta, que es donado un espacio donde puedan ser instalados los cimientos que sostengan el edificio identitario. Recibir la desposesión del Otro, la escasez de certeza, es el mayor don que podamos recibir. Se abre una posibilidad donde desaparece la posesión.

Subrayemos el verbo dar. Con la donación de amor nos ha sido otorgada la posibilidad de que el tiempo corra a nuestro favor, de que sea materializable el hecho de que siendo llevada a cabo esa suelta, esa admisión, la pérdida consiguiente no derruya nuestras opciones vitales, siendo factible un futuro al que acceder: el amor es el ingrediente por el cual ingresar en la categoría de lo humano. Serán los objetos pulsionales, los anclajes que permitan sostener el deseo del parletre mediante la conformación de un fantasma, escritura que dará sostén a un deseo en constante devenir puesto que la reintegración absoluta no podrá ser finalizada, completada. Aun así, que el deseo —aunque desfalleciente, parcial— pueda conformar el rumbo, implica que la operación constitutiva del sujeto en ciernes no fue del todo fallida.  

Es la imposibilidad de acceder a ese intercambio que augura futuros beneficios lo que encadene al sufriente a una posición melancolizada donde todo lo bueno quedó atrás: todo es pasado, de lo venidero nada se puede esperar; la realidad es insuficiente para colmar al Otro omnipotente que no atravesó los desfiladeros de la castración. Todo es poco. Cualquier despliegue estará destinado a la insuficiencia, lo parcial es sinónimo de lo fallido. La ruina se aproxima a grandes zancadas porque no hay recubrimiento posible con que revestir la nada que se es, y que todos somos pero que disfrazamos mediante un semblante con mayor o menor alcance sintomático. Nada podemos hacer, porque todo hacer nos devuelve a un inicio esclerotizado, en perpetua repetición.

Recuperar proviene del latín y significa "volver a tomar algo perdido. sus componentes léxicos son: el prefijo re- (hacia atrás, de nuevo) y capere (agarrar, coger, tomar). Toda recuperación supone por tanto una pérdida anterior. Si no tiene lugar una previa escisión, no podrán ser llevados a cabo los procesos de retorno a una idea aproximada de lo que se perdió, inalcanzable pero que se puede construir. Es con el objeto a que se pueda por tanto configurar un fantasma, idea de un retorno al lugar de origen por la vía de lo deseable. Objeto a como intermediario entre el sujeto y el Otro, producto no apalabrable por donde suceden los intercambios vitales que reconfortan al infans, a través del cual se introduce la ansiada recuperación de goce que la necesidad genera y que el Otro transforma en demanda mediante la operación lingüística, bastión fantasmático en que se acomodará el sujeto para dar respuesta a las exigentes reclamaciones de la realidad.

Sin deseo no puede haber sujeto. Quedar fusionado al objeto impide la creación de los resortes que permitan construir un camino hacia la recuperación del goce perdido por las sucesivas castraciones a las que el parletre es confrontado. La fijación al objeto de goce, que lo transforma en insustituible, neutraliza la puesta en acto de las construcciones precisas para la constitución del sujeto, remodelaciones sublimatorias por los mecanismos de la metáfora y la metonimia que consienten las transformaciones de la pulsión.

El sujeto se sujeta en sus objetos, que quedan interiorizados por una especie de corte y asimilación: vías de acceso al Otro. Es al deseo del Otro al que recurrir para poder constituir un deseo propio, una vez sea incorporado; si el Otro no ama, no desea ¿cómo poder configurar un hacia? Sin lugar hacia el que enfilar el deseo, sin objeto fantasmático al que anclarlo ¿cómo poder vivir? Todo placer es un retorno de goce; sin la pérdida inicial ¿qué disfrute vital es posible? Nada que recuperar. Es la creencia en la decrepitud lo que moviliza los resortes que permitan introducir alguna variable que atenúe la decadencia acechante. La invención está de parte de lo temporal puesto que la renuncia a la perpetuidad y la petrificación de lo dado, en aras a la transformación que pondrá en el sendero de lo sin  respuesta. Si pensar, a decir de Heidegger, implica una transición y "hemos de buscar el pensamiento y lo pensado en cada elemento de su polisemia, pues en caso contrario todo permanece cerrado para nosotros"[1], la coagulación de las significaciones implica la imposibilidad del pensamiento. Solo mediante el acto creativo podemos afirmar que estamos en el área del pensamiento, puesto que el camino es la pregunta, no la respuesta: "Lo impensado es el don supremo que un pensamiento ha de conceder"[2]. Pensar implica por lo tanto incluirse en los desfiladeros del tiempo, donde se reproducirá eternamente la pregunta por lo que somos, la cual siempre permanecerá inconclusa.



[1] Heidegger, M., ¿Qué significa pensar? Editorial Trotta, pág 98.

[2] Ibid, pág 102.

viernes, 29 de mayo de 2020

La angustia en la desescalada


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En la película de 1994 dirigida por Frank Darabont Cadena perpetua, Brooks, (personaje representado por James Whitmore), uno de los presos que más tiempo de condena había cumplido no logra reinsertarse en la sociedad una vez ha sido puesto en libertad. Incapaz de encajarse en los nuevos engranajes sociales, modificado por las décadas de encarcelamiento, no logra acoplar su nueva realidad con su aplanado modo de sentir fruto del prolongado cautiverio: había sido institucionalizado. El penal le había suministrado un falso sentimiento de sí, con sus rutinas y quehaceres automatizados los cuales, al tiempo que privan de libertad, nos proporcionan una estructura y continuidad donde se pueda configurar el sentimiento de sí. Sin la mediación de un proceso que posibilite metabolizar el cambio de estructura normativa, moral y laboral, el sujeto queda a merced de la angustia, fruto de la dificultad de nombrar aquello desconocido a lo cual se confronta para poderlo metabolizar. Sin este proceso de asimilación, el malestar ha de cundir.
Si bien la privación de libertad implica un daño psíquico, no es menos problemático el momento de la reinserción en la nueva realidad. La renuncia que el confinamiento ha generado en los sujetos, quienes nos hemos visto obligados a recomponer en un brevísimo lapso de tiempo y a marchas forzadas nuestras coordenadas vitales, ha producido una ingente cantidad de pérdidas frente a las cuales nos hemos defendido con las herramientas que tuviéramos a nuestra disposición. Con el tiempo detenido, el futuro se atisbaba a través del ventanuco de la Fase 0. Y del mismo modo que los presos incomunicados precisan de gafas de sol para enfrentar la dañina luz exterior, se nos expone ahora a la nueva normalidad sin una mínima visera que nos permita aminorar la iridiscente fuerza lumínica. Más bien se nos propone, invita, conmina, plantea, la urgente necesidad de reanudar la marcha de la economía de cara a reactivar el consumo que neutralice el temido paro: si no consumimos colaboraremos con la debacle económica: seremos culpables del fiasco. Saben lo que hemos de querer.
Los noticiarios se encargan de rellenar nuestro hambriento y depauperado imaginario con terrazas y playas, imágenes de aeropuertos y planes de reactivación del turismo, al tiempo que se nos requiere a proceder con máxima cautela para evitar un posible rebrote de la pandemia. Se reviste la presión ejercida desde los medios gubernamentales de terminología innovadora como nueva normalidad o desescalada. La normalidad siempre es anómala, arroja un resto desechable; tanto la anterior como la que venga será sustituida por otra en un lapso de tiempo no muy extenso. Intentar imprimir en el discurso colectivo la idea de normalidad como algo a desear no es más que una herramienta del poder para reconducir hacia la producción a la masa de trabajadores a los que de nuevo habrá que encauzar, antes de que se vuelvan perezosos. Inculcar un deseo mediante la maniobra impositiva de la culpa y la reparación dejará un reguero de inadaptados que incapaces de encajarse en el nuevo carril, quedarán relegados a un lugar periférico en los engranajes sociales. Con la consiguiente carga de sufrimiento psíquico para los más desfavorecidos.
Si tanto nos ha costado renunciar a nuestra pequeña porción de libertad adquirida, en aras al mantenimiento de la salud pública, anteponiendo los intereses globales a los particulares, más nos costará arrojarnos de bruces a eso a lo que tanto hemos temido y que parece acechar a la vuelta del otoño, metáfora de un más allá plagado de peligros proveniente del ultramundo. Para aquellos que no conozcáis el destino de nuestro entrañable Brooks, no quería poner fin a este escrito sin indicar que el factor tiempo es crucial para el proceso de readaptación, y que si bien hemos renunciado a muchas de las cosas que teníamos antes del confinamiento ahora estamos siendo exhortados a una nueva renuncia: no nos dejemos imponer a látigo y espuela un deseo sin tener en cuenta el ritmo al que somos capaces de galopar.

lunes, 6 de abril de 2020

Reflexiones de un titiritero




La tarea de un buen titiritero
consiste en adentrarse en la basura;
toma restos que amasa, los tritura,
los moldea en su fragua como herrero

que se enfrenta a la lumbre y al acero.
Con lo que nadie quiere se aventura
a torcer el renglón, ahora escritura;
extrajo lo fatal del agujero.

Pero con escribir no se conforma,
quiere hacer de la noche mediodía,
procura insuflar fuerza al que ha perdido:
si por lo menos uno se transforma
y escucha entre los ruidos melodía
sus tareas en vano no habrán sido.

martes, 10 de diciembre de 2019

¿Existe o no la violencia de género? Una escueta reflexión psicoanalítica.


 Lo humano ha ido conquistando parcelas de la realidad mediante el uso de la palabra, siendo el lenguaje la característica primordial de lo humanizado. Se deshumaniza a alguien cuando se le despoja de su capacidad subjetiva, concretándose esta anulación en el amordazamiento de su palabra. Disminuir su existencia hasta hacerle sentir nadie para el otro es el castigo mayor que puede recibir el preso: la incomunicación.
Cuando en el dispositivo analítico se posibilita un lugar donde llevar a cabo el despliegue de la palabra, el sujeto en el uso de su capacidad para hablar abarca espacios no transitados que habían caído en la periferia de su ser, limítrofes con la volatilización de su discurso. Son estas marginalidades expulsadas al extrarradio de lo decible, las que asaltan el consultorio y toman la palabra, en ocasiones para sorpresa del locutor, que no sabe dónde poner lo que de su boca ha salido.
Ser desoído es desaparecer en la inexistencia. Sin nadie que nos escuche, no podemos entrar en las redes del lenguaje y sus intercambios, no alcanzando siquiera estatuto de sujetos. Es precisamente el hecho de dar consentimiento a lo que se puede decir lo que causa alivio a aquel que padece, pues es mediante el encadenamiento de ideas en forma de lenguaje como se va trenzando una posibilidad novedosa que permita abrir la hendidura de los decires ya consolidados, viejos y anquilosados; aquellos que cristalizaron en un síntoma, ya sea de orden corporal o social.
Horadar el malestar apalabrando lo doloroso sintomático —aquello que no se podía decir—  es lo específico del proceso psicoanalítico; por el contrario, es la represión, el silenciamiento lo que cierra el círculo de lo mórbido, cancelando la posibilidad de ensanchar el camino discursivo. Todo tratamiento arroja una palabra nueva, un trozo de real queda nombrado. Lo incognoscible queda recortado, alcanzado por la palabra que a partir de ese momento entra en los circuitos pulsionales, formando parte de los restos que podrán incorporarse al cauce libidinal. Iluminar estas zonas angostas, haciéndolas visibles con el foco de la atención y, posteriormente, de la palabra es función del análisis que procura las herramientas necesarias para que la nube de la confusión ceda ante el antinieblas de la lucidez del que se atreva a hablar.
La diferencia que arroja este enfoque es de tal calado que produce una ruptura en la continuidad penumbrosa de lo desconocido: brota una nueva verdad. Algo oculto resalta de entre la maraña de decires. Será por tanto la aniquilación de la palabra nueva lo que sostenga lo anterior, lo previo: la cadena perpetua que da lugar a la repetición. Cuando el significante localiza eso que latía pero de lo que no se hablaba, y subraya con su pronunciación lo novedoso, tiritan los cimientos de lo estipulado. La censura, la duda, el bloqueo, la inhibición; la represión en suma en todas sus formas aparecerán a imponer un silencio, puesto que esta nueva aparición no tiene cabida en los estándares hasta el momento utilizados: han sido puestos en jaque los supuestos básicos en que se sostenía la cultura, ahora resquebrajada.
Cada tiempo ha de hacer sitio a su real, y el nuestro tiene que lidiar con las reivindicaciones de lo femenino. Ha de ser nombrado por lo tanto aquello que durante siglos ha sido relegado: la discriminación de la mujer por el hecho de ser mujer. La brecha salarial, el techo de cristal, la mutilación genital, la violencia de género son los sintagmas que la lucha contra el machismo en todas sus formas ha logrado alumbrar.
Que la violencia de género es violencia, es una redundancia de tal hondura que denota el intento de borramiento del sujeto que la pronuncia. Y defender que todas las violencias son iguales es un burdo modo de neutralizar el hecho diferenciador de haber sacado a flote el pecio del menosprecio a la mujer a cargo del hombre a lo largo de la historia. Cada violencia tiene su particularidad, por lo que se hace decisivo alumbrar las zonas de desastre, ubicarlas con precisión en el mapa de la agresión, y no arrojar cortinas de humo a lo que a golpe de pico y palabra, vamos logrando arrancar de las fauces de la ignorancia.
Concretar los conflictos permitirá abordarlos en toda su magnitud; anular, silenciar, escamotear los reductos que la palabra ha logrado desenmascarar de las tinieblas de lo desconocido no puede hacer desaparecer lo que ha brotado. Lo real se hace sentir: lo simbólico  lo nombra. Pero solo se puede legislar sobre lo que el lenguaje apalabra, de ahí que la forclusión sea el modo de intentar hacer desaparecer el nombre, en este caso concreto, de un tipo de violencia.
Pretender llevar a cabo una regresión a estados previos del desarrollo humano conlleva  nefastas consecuencias y costes terribles en cuestiones relativas al psiquismo; en el plano de lo político no es diferente. Recortar las libertad de expresión mediante la operación quirúrgica de amputar los significantes, no hará jamás desaparecer la violencia de género del real del que ha manado.