Al
menos queda el mal genio si no logramos ser geniales.
Como equipaje de mano
para un día intransitable
es casi obligatorio
un neceser lleno de olvido,
un fajo de apatía y algo suelto:
dos risas y tres medias sonrisas
con cinco o seis respuestas biensonantes
para pagar algún encuentro inesperado:
“Muy bien, y tú ¿cómo lo llevas?”,
“Parece que hace frío”, por ejemplo.
En el bolsillo interior de la chaqueta,
para los trechos más incómodos,
el comodín del ceño muy fruncido
y las gafas de sol de la indolencia:
parece así que duele un poco menos.
Y para los momentos asfixiantes,
un aire de despiste
—que parezca que no nos enteramos—
pero con la entereza
bien planchada
por los puños.
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