“Nadie es poeta en su
tierra”
Es una patria dura ir dando tumbos,
aunque ni más ni menos áspera que otras.
Tiene como ellas sus puestos fronterizos
—lindantes con la verticalidad—
y una moneda que circula
para poder jugarse a suertes el futuro
a
cara o cruz.
Como cualquier nación
nació con sus impuestos:
impone ser experto en adoquines,
baldosas y alquitrán
porque la inercia a ir dando tumbos
potencia la atracción al empedrado.
El censo de borrachos y poetas
en este territorio es excesivo
por ser gente proclive
a decir la verdad con su lenguaje roto,
redicho -por lo dicho- y rimbombante,
plagado de mentiras.
Entre sus tradiciones y costumbres
se cuenta su rechazo al equilibrio
y los nativos aborrecen
—en su mayoría emigrantes y exiliados
de los estados fuertes
que no guardan espacio para el débil—
lo cómodo y estable,
prefieren la tendencia a lo inseguro,
lo inconstante, cuestiones denigradas
en casi todos los países,
por fomentar mentes abiertas
e inconformes, asuntos peligrosos
para los que administran
la porción de libertad del contribuyente.
Se celebran sus fiestas patronales
en homenaje a San Discordia
y Santa Insumisión:
dos mártires sacrificados
—que cuenta la leyenda que existieron—
en aras al consumo.
La ley que impera es la gravedad
por tanta grava deslizante
y por los accidentes graves que provoca
pensar de modo marginal
al margen de las modas
que marcan los pudientes.
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