Se tarda en leer este poema lo que dura un silbido,
el de un proyectil que atraviesa el cielo
con rumbo a un edificio abarrotado de civiles,
con los niños lejos de las ventanas:
como si los misiles gran calibre
respetaran esas cosas.
También hay mesas puestas,
con los platos calientes,
grifos abiertos como heridas y gritos por venir.
Mientras, en un sanatorio improvisado,
hay un botiquín con vendas hervidas y recién
enrolladas
sedientas de su roja dosis de hemoglobina,
y un hilo de sutura
espera la retina
de una aguja curvada.
En las proximidades
manojos de maleza
ignoran que en un plazo breve,
apenas se asiente el polvo levantado por la onda
expansiva,
dos metros debajo del lugar
en el que ahora clavan sus raíces,
se alojarán algunos cuerpos
desmembrados e irreconocibles;
se encargará la tierra
de hacer del calcio olvido .
Ahora si os place
podemos escribir sobre la luz,
los indudables beneficios de la literatura
o las catástrofes que provoca la lluvia
y el amor cuando pasea
cogido de otros brazos.
Pero el silbido aumenta decibelios
y el tubo de metal repleto de explosivo
se acerca imperturbable hacia los muros,
impulsado por el odio cerval al contrincante
al cual desconocemos pero odiamos
por ser tan diferente de nosotros:
otro color de ojos,
otras palabras, otros sueños:
como si se cumplieran alguna vez estas falacias.
Lo que tarda en leerse este poema
es lo que tarda en acallarse este silbido.
Ahora el estallido, la metralla,
el escombro. Y la devastación.
1 comentario:
Se puede vivir o destruir toda una vida en un segundo. Si la elección es nuestra, ¿por qué elegimos siempre la segunda?
Certeros versos, Luismi, ojala lleguen al centro de la diana y despierten la conciencia de la gente.
Un beso grande
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