Posesiones de un poeta en bancarrota
Cuando ya no tenga nada para darte
te ofreceré lo que ya tienes
pero que no valoras ni recuerdas.
Y te traeré aquella estrella
que casi nunca observas
porque tus miras de futuro
están en vías de extinción
pero que antes siempre te guiaba.
Y sacaré aquel libro
de tus estanterías polvorientas
que juraste leer en vacaciones:
jamás encontraste el momento
porque el momento fue tragado
por las obligaciones
que iban en el lote de ser buenos.
Y te recordaré tus ganas de ser alguien
con las que removiste cielo y tierra
y que se te perdieron
entre la bruma del día a día.
Y te veré con buenos ojos
como aquellos con los que te mirabas
antes de que el futuro arremetiera
y los forrara de lentillas,
de orzuelos o de conjuntivitis
—de algunos miserables
que te atacaron juntos, igual que las jaurías—
y que te fue nublando el horizonte.
Después te llevaré a lugares
que tienes a la vuelta de la esquina
pero que por cercanos no frecuentas
como el árbol torcido
—hay uno en cada parque—
que no termina nunca de caerse
por ser profundas sus raíces;
o el banco de tu calle:
su único interés es darte asiento.
Hablarás en idiomas extranjeros
—sin necesidad de sellar el pasaporte—
como en el que se expresa
el joven africano
con quien te cruzas en el súper,
pero en quien no reparas,
y que aunque no lo creas tiene nombre.
Vende pañuelos porque es listo:
sabe de sobra
que es
cuestión de tiempo
que
se usen.
2 comentarios:
Grandísimo poema, Luismi. En realidad, es en sí mismo toda una novela. Suerte con esa que tienes entre manos.
Muy lindo poema. Que disfrute leerlo.
La poética de los árboles, es buenísima.
Martha
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