Sostener con entereza y
constancia un lugar de dignidad para quien acude a nuestro consultorio, no
consiste simplemente en sentarse a la espera de que el paciente ponga en
desarrollo lo que tenga que decir; es algo de mayor hondura ética: sostener contra
viento y marea la apuesta de que quien habla podrá llegar a establecer un lugar
propio, un espacio personal desde donde pueda surgir lo más auténtico de su
individualidad. Entonces, desde la atalaya de su propia subjetividad podrá ser
edificada otra construcción, diferente a la resquebrajada y a punto de derrumbe
que le obligó a consultar.
Acostumbrados a que, por norma
general, los pacientes acudan a la consulta para deshacerse de sus malestares,
es de pura lógica que se nos requiera un tipo de intervención acorde a los
tiempos que corren, donde el profesional extirpe de un tajo el malestar con su
bisturí mágico, haciendo desaparecer sus dolencias, a poder ser en tiempo record
y sin mucho coste, sobre todo emocional, porque el dolor de toparnos de bruces
con los decires surgidos de nuestro propio discurso puede llegar a ser muy impactante.
Aceptar que se infiltran entre nuestras caras más amables otras de índole no
tan deseables; respetar que lo que querríamos ser no es más que una
fantasmagoría alimentada desde los poderes fácticos que nos rodean, no siempre
fomentada con sanas intenciones; contener el impulso frenético de poseer
aquello que suponemos nos colmaría por entero y aprender a esperar, asignatura crucial
que por desgracia no suele impartirse en los centros educativos, por más
importante que esta sea; soportar la incertidumbre que nos enfrenta al abismo de
no saber y aun así persistir manteniendo la confianza de que llegará el momento
en que escampe el nubarrón y podremos disfrutar de la puesta de sol.
Cuando estas cuestiones no pueden
ser sostenidas, la angustia se recrudece adoptando formas conocidas. Cobra protagonismo
entonces la imperiosa necesidad de que sea marcado un rumbo a seguir, de ser encarrilados
en algún modo de operatividad o productividad; de ser reintegrados en los
engranajes del rodillo social para así reasegurar una endeble posición
subjetiva. Estas cuestiones obligan a los consultantes a reclamar unas
directrices, normas, parámetros o coordenadas que organicen su caos pulsional:
“Es que tú no me das pautas”, he escuchado en numerosas circunstancias.
Cuando el sentimiento de pérdida
se acentúa y se llega a considerar que no está de nuestra mano encontrar el
modo de reinsertarnos en la vida, es precisamente en ese momento cuando hemos
de permanecer más serenos, haciendo efectiva nuestra apuesta de que en algún
momento el paciente sabrá elegir el rumbo en base a sus propias decisiones,
aquellas que congenien con lo que desde su interior pugna por
manifestarse. Es en el trascurso de las
sesiones donde el decir del analizante va poniendo, con sus propias palabras,
las losetas que asienten el camino sobre el cual transitar. Atreverse a pisar
el camino que uno mismo ha cimentado implica correr riesgos, sobre todo cuando
no han sido instalados los quitamiedos, ni la iluminación, ni las pinturas
reflectantes que nos aseguren un destino. Sin mapas y señales, ¿cómo vamos a
estar seguros de que el recorrido llegará a buen fin? Si somos capaces de
reconocer que lo seguro es una ideación que nos aclimata a lo conocido, si nos
atrevemos a considerar que el camino que cada uno ha de recorrer tiene que ser
constituido de modo único, porque no hay nadie que pueda decirnos por dónde
hemos de avanzar, no hay más alternativa que esculpir a pico y palabra nuestro
propio rumbo.
Si el analista es capaz de
resistir el impulso de convertirse en el depositario de las verdades que se le
reclaman —a veces con verdadera insistencia— sosteniendo el lugar de dignidad
de quien consulta, a quien sabe perdido y angustiado, pero sin dirigir,
enderezar ni encauzar sino acompañando en la búsqueda durante el tiempo que sea
necesario, entonces quizá puede que asistamos al surgimiento de un sujeto
libre, desasido de las coacciones que le obliguen a los logros que le venían
instalados de serie, pudiendo elaborar un proyecto vital satisfactorio, único e
irrepetible. Esta es la apuesta. De sol.
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