Presentación de la novela Desde las tripas a cargo de Hugo Savino
[Presentación]
Es obvio que yo le pedí y le pido a la novela,
al drama e incluso a la crónica, a la “memoria”, ese
algo de fascinante misterio o de apasionada pintura de costumbres y de almas
que es lo único que podía ayudarme a perseverar en la lectura; una probabilidad
y una improbabilidad balanceadas en mis ansias de lector, y finalmente
precipitadas hacia una solución, una liberación imprevista…
Carlo
Emilio Gadda
Nunca pienso
en si entienden o no lo que estoy haciendo… no es necesario entenderlo. Al fin
y al cabo, a mí ya me encantaba la música mucho antes de poder identificar un
acorde de sol menor séptima.
John
Coltrane
Hay un
mudarse que es un enmudecer. Y un llegar después de ese mudarse –– no digo
mudanza –– digo un mudarse, un llegar a algo que es casi como un ningún lugar.
Y ahí habrá voces. La lucha por no perder la voz. Desde
las tripas, la novela de Luis Miguel Rodrigo González, en mi
lectura, se juega en esa madeja de ruidos y voces. Y está el silencio de la novela.
Pero aquí el silencio forma parte del lenguaje. La leo también como una épica
de “poner a escurrir la memoria”. Digo Luis Miguel, pero, por favor, escuchen Luis Miguel Rodrigo González. Porque
Luis Miguel es la persona social, al que escribe no lo conocemos, está en otro
lado. No es la persona social. Esta
novela hace una épica entonces, la de alguien que escribe para no perder la
voz. Néstor Sánchez decía que las novelas malas se cuentan por teléfono. Las
buenas, hay que leerlas. La de Luis Miguel es incontable, hay que leerla.
Instalarse en su novela. La expresión desde las tripas
la escuché varias veces desde que estoy en España, pero leí la novela, y ahora
tiene en mí otra resonancia. Está escrita. Eso es la fuerza de las palabras,
cuando se hacen frase que tocan. Que uno lea y que la percepción se transforme.
De la novela
surge de forma sutil o a veces intempestiva toda una cadena de preguntas. El héroe
: ¿la escritura? –– ¿los héroes? –– no es ni narrativo ni descriptivo, se
abandona a ese escurrirse memorioso. Mudarse, instalarse, habitar. Es una
escritura que va hacia su lucidez : cito : “y el desquite no llega nunca porque
ha sido uno mismo quien se ha ido quitando de en medio capa a capa, cutícula a cutícula, átomo a átomo hasta adquirir la transparencia necesaria para
pasar inadvertido entre la multitud que avanza con decisión y entereza como si
supiera a dónde va.” Entonces, de
entrada, estamos ante una escritura que
pela la cebolla de la novela. No es inocente. Se arriesga. La cebolla, lo
sabemos, se termina de pelar y no hay ningún centro. A veces, solo está la
locura.
La novela de
Luis Miguel no obedece a las reglas del decoro en el lenguaje. Empuja los límites
de esa coacción. Escucho una tentación que subyace, la de ceder : “Ceder es la clave, asumir mi lugar de
mancillado. De cerro triturado por las orugas de los tanques. Otorgar mi alma a
subordinación completa.” La voz del
narrador en la novela se hace y se
deshace, como el sentido. Toca fondo y se recobra. Luis Miguel escribe el
avatar del cuerpo en el lenguaje. Y el único representante del cuerpo en el
lenguaje es el ritmo. (Meschonnic). En esta novela, lo repito, hay mudanza.
Pero añadiría que también hay fantasma de mudanza. La voz, o las voces, que
narra se dirige al lector –– nos interpela, y el lector, Baudelaire ya lo dijo,
es un tipo de cuidado a veces. La voz narradora, entonces nos habla : “Ruego
disculpen los lectores mi lenguaje adusto, circunspecto y redicho, pero los
acontecimientos que aquí describo produjeron en nuestro
microclima, en condiciones normales subsumido en la rutina, agitadas reacciones
que atacaron la serenidad musicalizada a la que lamentablemente estábamos malacostumbrados los habitantes de estos
territorios, muebles e inmuebles.” Y también nos dice que hay un autor. En esta novela el lector está convocado
constantemente. La relación se hace estrecha. Como si desde la novela alguien
nos dijera : aquí no hay separación ente cuerpo y lenguaje. Entre lector y
autor. Usted, lector. es el lenguaje, usted no puede servirse del lenguaje, el
lenguaje lo lleva de las narices. Luis
Miguel no escribe una novela de trama comunicativa. Si hay una trama, y la hay,
esta trama se arma como las muñecas rusas, esa trama surge del tejido de su
fraseo. El narrador, el que se dirige a nosotros, nos dice que hay un suspense.
Es decir, nos cifra y nos descifra su poética. Por poética quiero decir, el
funcionamiento de un texto, lo que ese texto le hace a la lengua. No lo que
dice. Luis Miguel nos advierte indirectamente que hay una tendencia a la
sordera. Le pone mojones al lector. Nos perdemos, y me gustó perderme en Desde las tripas, pero cada tanto, nos abre una
ventana para volver a entrar en el tejido. Usé la palabra tejido, para mí es un
mojón y lo pongo como prueba, y la saco del propio libro, la poética de Desde las tripas se arriesga, se pone en juego,
sabe en algún punto de los arañazos del lector y de su sordera : “Esclarecimientos
emitidos sobre la tela de mi asiento, que superó con creces el test Martindale
que mide la resistencia del tejido, su aguante, a base de soportar lija.”
[El
procedimiento Martindale es un test especialmente concebido para comprobar la
resistencia a la abrasión que tiene el tejido.]
Entiendo que
Luis Miguel expone su novela a esa prueba. Es su apuesta. Al lector de aceptar
ese desafío. Es una de las cosas que más me gustó de esta lectura, que me mojen
la oreja como lector, ese sordo que soy. Que quiere leer lo ya hecho. Luis Miguel
no se deja llevar por la lengua, se entrega al discurso y entonces, la lengua
termina retorcida, subvertida. Por efracción e infracción : “Infracción que cometí por no aminorar el ritmo”. Y un ritmo es lo que el
poeta organiza en el lenguaje. Su subjetivación máxima en la lengua.
Y está John
Coltrane en esta novela. Invocado. Llega desde algún lugar. Y me senté con el
en ese sofá. Es un fragmento bellísimo. Me hizo acordar que leí una vez que
hubo una mesa redonda sobre John Coltrane, que se titulaba : “¿Perdió John
Coltrane su camino?”. Lo asocié y me dije : no, no perdió su camino, vino a la
novela de Luis Miguel : “A la música. Aunque no la entiendas. Amor sin
condiciones, abismarte. Lo dijo John Coltrane.”
Otro rasgo
que se me impuso es el humor : en esta narración, nadie quiere ser anónimo.
Todos quieren que el autor lo invite. Todos tienen la esperanza o la ilusión de
que la narración es un lugar donde la palabra se desamordace.
Y si está John
Coltrane, como vimos, es que está el jazz. Y el jazz siempre es un exceso . Está
dicho aquí, Carlos del Parque manda un mensaje y dice : “He de comunicarles que
siendo mis conocimientos musicales prácticamente
inexistentes, no son menoscabo en mi motivación extrema: he escuchado mucho
jazz. En ocasiones en exceso, me atrevería a decir.” El hilo de
la motivación extrema y del exceso recorre la novela. Pero : ¿qué motivación
extrema? ¿Qué exceso? El de escribir una experiencia. En un registro que no sea
la repetición de los efectos resabidos. Toda novela nueva, nueva por su
escritura, no por su edición, llega y se enfrenta a varios academicismos,
diversidades de academicismos que tironean. Desde las
tripas trae otro sonido, evita la repetición de los efectos, se sitúa
en ese exceso de lenguaje. Luis Miguel nos extiende un cuadrante del reloj y
detrás se arman estas escenas de excesos. Excesos de lenguaje. Donde la
identidad solo aparece por alteridad.
Hay que leer Desde la tripas para encontrarse
con un fragmento de poética que no conocemos. Con algo de lo desconocido que
nos invita a explorar.
Hugo Savino
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