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CARDO BORRIQUERO

Los caminos certeros son mentira. De la ruta a la rutina no hay más que dos pasos y dos letras.

domingo, 7 de abril de 2019

Para los que no pudisteis asistir al acto de presentación de la novela Desde las tripas, aquí os dejo el excelente texto elaborado por Hugo Savino. Buena lectura


Presentación de la novela Desde las tripas a cargo de Hugo Savino

La voz de la memoria[1]

[Presentación]



Es obvio que yo le pedí y le pido a la novela, al drama e incluso a la crónica, a la “memoria”, ese algo de fascinante misterio o de apasionada pintura de costumbres y de almas que es lo único que podía ayudarme a perseverar en la lectura; una probabilidad y una improbabilidad balanceadas en mis ansias de lector, y finalmente precipitadas hacia una solución, una liberación imprevista
Carlo Emilio Gadda

Nunca pienso en si entienden o no lo que estoy haciendo… no es necesario entenderlo. Al fin y al cabo, a mí ya me encantaba la música mucho antes de poder identificar un acorde de sol menor séptima.
John Coltrane


Hay un mudarse que es un enmudecer. Y un llegar después de ese mudarse –– no digo mudanza –– digo un mudarse, un llegar a algo que es casi como un ningún lugar. Y ahí habrá voces. La lucha por no perder la voz. Desde las tripas, la novela de Luis Miguel Rodrigo González, en mi lectura, se juega en esa madeja de ruidos y voces. Y está el silencio de la novela. Pero aquí el silencio forma parte del lenguaje. La leo también como una épica de “poner a escurrir la memoria”. Digo Luis Miguel, pero, por favor,  escuchen Luis Miguel Rodrigo González. Porque Luis Miguel es la persona social, al que escribe no lo conocemos, está en otro lado. No es la persona social.   Esta novela hace una épica entonces, la de alguien que escribe para no perder la voz. Néstor Sánchez decía que las novelas malas se cuentan por teléfono. Las buenas, hay que leerlas. La de Luis Miguel es incontable, hay que leerla. Instalarse en su novela. La expresión desde las tripas la escuché varias veces desde que estoy en España, pero leí la novela, y ahora tiene en mí otra resonancia. Está escrita. Eso es la fuerza de las palabras, cuando se hacen frase que tocan. Que uno lea y que la percepción se transforme.

De la novela surge de forma sutil o a veces intempestiva toda una cadena de preguntas. El héroe : ¿la escritura? –– ¿los héroes? –– no es ni narrativo ni descriptivo, se abandona a ese escurrirse memorioso. Mudarse, instalarse, habitar. Es una escritura que va hacia su lucidez : cito : “y el desquite no llega nunca porque ha sido uno mismo quien se ha ido quitando de en medio capa a capa, cutícula a cutícula, átomo a átomo hasta adquirir la transparencia necesaria para pasar inadvertido entre la multitud que avanza con decisión y entereza como si supiera a dónde va.  Entonces, de entrada, estamos ante una escritura  que pela la cebolla de la novela. No es inocente. Se arriesga. La cebolla, lo sabemos, se termina de pelar y no hay ningún centro. A veces, solo está la locura. 

La novela de Luis Miguel no obedece a las reglas del decoro en el lenguaje. Empuja los límites de esa coacción. Escucho una tentación que subyace, la de ceder  : “Ceder es la clave, asumir mi lugar de mancillado. De cerro triturado por las orugas de los tanques. Otorgar mi alma a subordinación completa.” La voz del narrador en la novela  se hace y se deshace, como el sentido. Toca fondo y se recobra. Luis Miguel escribe el avatar del cuerpo en el lenguaje. Y el único representante del cuerpo en el lenguaje es el ritmo. (Meschonnic). En esta novela, lo repito, hay mudanza. Pero añadiría que también hay fantasma de mudanza. La voz, o las voces, que narra se dirige al lector –– nos interpela, y el lector, Baudelaire ya lo dijo, es un tipo de cuidado a veces. La voz narradora, entonces nos habla : “Ruego disculpen los lectores mi lenguaje adusto, circunspecto y redicho, pero los acontecimientos que aquí describo produjeron en nuestro microclima, en condiciones normales subsumido en la rutina, agitadas reacciones que atacaron la serenidad musicalizada a la que lamentablemente estábamos malacostumbrados los habitantes de estos territorios, muebles e inmuebles.” Y también nos dice que hay un autor.  En esta novela el lector está convocado constantemente. La relación se hace estrecha. Como si desde la novela alguien nos dijera : aquí no hay separación ente cuerpo y lenguaje. Entre lector y autor. Usted, lector. es el lenguaje, usted no puede servirse del lenguaje, el lenguaje lo lleva de las narices.  Luis Miguel no escribe una novela de trama comunicativa. Si hay una trama, y la hay, esta trama se arma como las muñecas rusas, esa trama surge del tejido de su fraseo. El narrador, el que se dirige a nosotros, nos dice que hay un suspense. Es decir, nos cifra y nos descifra su poética. Por poética quiero decir, el funcionamiento de un texto, lo que ese texto le hace a la lengua. No lo que dice. Luis Miguel nos advierte indirectamente que hay una tendencia a la sordera. Le pone mojones al lector. Nos perdemos, y me gustó perderme en Desde las tripas, pero cada tanto, nos abre una ventana para volver a entrar en el tejido. Usé la palabra tejido, para mí es un mojón y lo pongo como prueba, y la saco del propio libro, la poética de Desde las tripas se arriesga, se pone en juego, sabe en algún punto de los arañazos del lector y de su sordera : “Esclarecimientos emitidos sobre la tela de mi asiento, que superó con creces el test Martindale que mide la resistencia del tejido, su aguante, a base de soportar lija.”

[El procedimiento Martindale es un test especialmente concebido para comprobar la resistencia a la abrasión que tiene el tejido.]

Entiendo que Luis Miguel expone su novela a esa prueba. Es su apuesta. Al lector de aceptar ese desafío. Es una de las cosas que más me gustó de esta lectura, que me mojen la oreja como lector, ese sordo que soy. Que quiere leer lo ya hecho. Luis Miguel no se deja llevar por la lengua, se entrega al discurso y entonces, la lengua termina retorcida, subvertida. Por efracción e infracción : “Infracción que cometí por no aminorar el ritmo”. Y un ritmo es lo que el poeta organiza en el lenguaje. Su subjetivación máxima  en la lengua. 

Y está John Coltrane en esta novela. Invocado. Llega desde algún lugar. Y me senté con el en ese sofá. Es un fragmento bellísimo. Me hizo acordar que leí una vez que hubo una mesa redonda sobre John Coltrane, que se titulaba : “¿Perdió John Coltrane su camino?”. Lo asocié y me dije : no, no perdió su camino, vino a la novela de Luis Miguel : “A la música. Aunque no la entiendas. Amor sin condiciones, abismarte. Lo dijo John Coltrane.”

Otro rasgo que se me impuso es el humor : en esta narración, nadie quiere ser anónimo. Todos quieren que el autor lo invite. Todos tienen la esperanza o la ilusión de que la narración es un lugar donde la palabra se desamordace. 

Y si está John Coltrane, como vimos, es que está el jazz. Y el jazz siempre es un exceso . Está dicho aquí, Carlos del Parque manda un mensaje y dice : “He de comunicarles que siendo mis conocimientos musicales prácticamente inexistentes, no son menoscabo en mi motivación extrema: he escuchado mucho jazz. En ocasiones en exceso, me atrevería a decir.” El hilo de la motivación extrema y del exceso recorre la novela. Pero : ¿qué motivación extrema? ¿Qué exceso? El de escribir una experiencia. En un registro que no sea la repetición de los efectos resabidos. Toda novela nueva, nueva por su escritura, no por su edición, llega y se enfrenta a varios academicismos, diversidades de academicismos que tironean. Desde las tripas trae otro sonido, evita la repetición de los efectos, se sitúa en ese exceso de lenguaje. Luis Miguel nos extiende un cuadrante del reloj y detrás se arman estas escenas de excesos. Excesos de lenguaje. Donde la identidad solo aparece por alteridad.  Hay que leer Desde la tripas para encontrarse con un fragmento de poética que no conocemos. Con algo de lo desconocido que nos invita a explorar.

Hugo Savino



[1] Luis Miguel Rodriguez González, Desde las tripas, Ediciones Atlantis.


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