Europa, domicilio con premeditación y
alevosía,
que alienta el desaliento del que lucha,
y luce por insignia esquilmar al inquilino
y ahogar al extranjero en un mar de
imposibilidades.
De este domicilio en tercer grado
—donde no alcanza uno a pagar tanta
fractura,
donde se invita más a agonizar que a
protagonizar—
hay que salir
a base de reflexionar en defensa propia,
de airear la musculatura flácida
de nuestra libertad anquilosada
adormecida por la publicidad,
el
buen comer
y la apatía.
Cada día menos comunidad
y más eurofea.
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