Es en el
despliegue de la palabra donde se puede producir la transformación que posibilite
un modo diferente de relación con nosotros mismos. Mediante estos deslizamientos
el síntoma va encontrando otros modos no tan perjudiciales de expresión. Es al
hablar cuando surge la oportunidad de variar la gramática que rige el trasfondo
de lo que nos sucede; para esto es importante destacar que lo que nos daña está
conformado por un modo particular de entender el mundo, de contarnos lo que nos
ha sucedido. Es por esto que en ocasiones mediante una mera puntuación o una nota al pie, se
pueda mover aquello que hasta ese momento estaba bloqueado, oxidado. Que dicha
palabra —que en su interior porta el germen de verdad sobre lo que al sujeto
acontece— sea o no desplegada obedece a una serie de cuestiones.
Si la
palabra de quien consulta va escribiendo un texto que permite, en caso de ser
bien leído, el surgimiento de su subjetividad, la posición del analista podría
ser definida como el lugar donde la escritura encuentra apoyatura para poder desenvolverse.
Como quedó descrito en la primera parte de este artículo, es sobre el folio de
la transferencia donde tiene lugar la escritura del texto inconsciente que
revela algo de nosotros por fuera de los parámetros estipulados: algo externo
hace su aparición. Que el folio aludido permanezca sin cuadricular, que su
rugosidad y tacto sean facilitadores de la palabra, potenciará que el lugar del
sujeto del inconsciente encuentre asiento. Bien es cierto que será en sucio como
aparecerán los esbozos del deseo propio, atisbos de aquello que con trabajo
constituirá un sujeto de la palabra que pueda hacerse cargo de sus decires. Es preciso
señalar que no es raro que estos dichos sean considerados inapropiados, esto
es, no observados como de nuestra propiedad; de ahí que lo inconsciente guarde concomitancias con lo extranjero: parece como si no viniera a cuento. Sin embargo fue contado, entró en la
contabilidad, aunque su lengua sea de difícil comprensión. Y en el consultorio, lo que se dice, siempre cuenta. A veces muy
a nuestro pesar. De hecho, hemos de asumir aquello que en la consulta hace
aparición: salió por nuestra boca, aunque no sepamos quién era el que hablaba. Para
encarar esta tesitura, el olvido, el hacerse el despistado, jugar a ser la Dori
de Buscando a Nemo, suele ser la carta más jugada. A pesar de estas maniobras
distractoras, lo dicho queda dicho; aquí lo extranjero no solo es bienvenido, sino que se le abren las puertas de par en par con una reverencia.Y el profesional ha de guardar registro no
solo de lo que hizo aparición, sino de la intensidad de la fuerza con que se
intenta borrar. Desdecirse no hace sino ahondar en lo que se dijo.
La potencia
de la escucha es de tal envergadura que puede devolver u otorgar la dignidad de
quien consulta. El sentimiento de indignidad, de no encontrar valor a la propia
persona, obedece a la percepción de no ser nada para el otro, no tener
facultades dignas de mención. Es la falta de reconocimiento lo que apoca al
sujeto, le invalida, hace inocua su existencia al no haber sido tomado en
cuenta. Despojado de su esencia el sujeto puede transitar sin un verdadero
estatuto de ciudadanía: su verdad quedó ocluida, no obtuvo los papeles. El mero
hecho de otorgar permiso de residencia a su decir puede producir consecuencias insospechadas;
tanto es así que suele ser habitual que quien se siente libre para poder
expresar lo que en su interior sucede, agradezca al término de la sesión el “simple“
hecho de haber sido escuchado.
Ese nada
que hacen los psicoanalistas, ese escuchar constante sin hablar mucho, diciendo
lo justo para que el despliegue no se detenga; ese estar ahí de continuo, dando
cabida, alentando la palabra hasta que caigan sus últimos espejismos; ese
permanecer constante porque en cualquier momento insospechado algo va a hacer aparición, aunque lleve años
el proceso; a esa nadería nos dedicamos los que creemos que es posible que otra
cosa acontezca, algo que porte una diferencia, una ruptura con lo pre-escrito.
Tras
unas pocas sesiones, expresa un consultante: “Mi familia es muy triste. No soporto la tristeza que hay en
mi casa, se me hace insoportable la infidelidad de mis padres”. Algo venido a
contramano se plasmó sin previa invitación. A simple vista parece un error de
cálculo, un simple desliz. Pero no uno cualquiera, sino uno que encajaba en la
frase, y que describía con precisión milimétrica el origen de este dolor: infidelidad causante de la infelicidad.
Construir
el espacio para que este tipo de destellos surjan en la consulta, otorgando la
palabra a quien necesita de ella, ofreciendo la escucha no como mero receptor
de padecimiento sino como lugar donde poder entenderse y construir, es tarea de
quienes nos dedicamos a esta misteriosa e insondable tarea.
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