Páginas

CARDO BORRIQUERO

Los caminos certeros son mentira. De la ruta a la rutina no hay más que dos pasos y dos letras.

lunes, 7 de octubre de 2019

POR QUÉ CURA LA PALABRA (4ª PARTE)



Por qué cura la palabra (4ª parte)

La palabra, dentro del dispositivo analítico, no planea a la deriva por el consultorio a merced de las corrientes pulsionales, sino que está movida por el amor de transferencia. El diciente intuye que allá en el otro lado de su emisión, algo de lo que está siendo pronunciado encuentra un interlocutor capaz de entender las fuerzas ocultas que movilizan el discurso; un escuchante que sepa de qué trata este sinsentido que se impone a la boca del pronunciante, y que en la mayor parte de las ocasiones se le hace incomprensible al no lograr atinar con la causa de que sean esas y no otras las líneas argumentales puestas en juego sobre el tapete de la sesión. Ese otro que escucha ha de estar impregnado con las capacidades del que sabe, del que conoce el intríngulis de las disquisiciones inconscientes para que mediante el uso de su saber puedan ser hilvanados los deshilachados textos inconscientes; el analista ha de quedar irremediablemente investido con las sabidurías esperadas, con los conocimientos deseados por ese que habla. Es supuestamente un trenzador de hilos narrativos, un  ser capaz de extraer luz de entre las más oscuras tinieblas del sufriente; un experto podador que sabe dónde aplicar el afilado instrumento cortante cuando la infección supura. Cómo no amar entonces a alguien con capacidad y disposición de abarcar todo el caos interno que nos somete y martiriza, y llevar a cabo la pirueta sin cometer la imprudencia de coartar el flujo productivo a base de enjuiciamientos, consuelos o parlamentos fuera de contexto: las tan ansiadas pautas que exigen aquellos que aspiran a la curación milagrosa. Alentando el discurrir del pensamiento sin emitir objeciones que traben los ocasionales alumbramientos que suelen tener lugar es como el discurso del analizante encontrará fuerza para deslizarse.
El amor hacia el analista es de índole diferente al de características sexuales, pues si nos acoge en su consultorio no es por lo que queremos ser, no es seducido por nuestras cualidades más o menos llamativas: considera válidas cuestiones que portamos como invalidantes. Admitir nuestras miserias, contradicciones y podredumbres sin intentar erradicarlas, incluso fomentándolas a base de dejarlas estar, hace de la situación analítica un espacio muy diferenciado a los intercambios habituales.
Si bien la transferencia se produce en todo tipo de ámbitos comunicativos (médico-paciente, religioso-feligrés, peluquero-usuario…) es en la sesión analítica donde la potencia transferencial adquiere fuerza inusitada; y es que lo puesto en circulación en la sesión psicoanalítica transciende la comunicación usual: lo dicho engloba más de lo que se quería decir. Habrá por lo tanto un querer que desborda lo que en principio sería deseable. Si lo expresado procede del pensamiento ¿qué pensamiento habrá podido alentar estas descoordinadas frases carentes por completo de sentido?
Cuando lo dicho excede lo que el Yo del diciente considera como decible, esto es, como aquello que correspondería a lo que sus propios ideales exigen, y las palabras quedan desprovistas de su poder de comunicación para así establecer lazos sociales, quedando desperdigadas en todas direcciones; si lo que se quería decir ha dejado lugar a aquello que era necesario decir porque el que gobierna la nave del discurso ha cedido el puesto de mando a lo amotinado del discurso del inconsciente, entonces ese puerto que acoge y amarra semejante maremágnum sin rumbo, este fluido mareante del que no conocemos su procedencia, ha de ser significado como alguien que habita al margen de los parámetros estipulados. Lo decretado como socialmente aconsejable, útil o eficiente, deja espacio a la aparición de otra cosa: lo extravagante, extraterritorial. Y es que la excentricidad implica que lo central ha dejado de importar; en la sesión importa el excedente, lo sobrante, lo desechado por el sistema. Entonces tiene cabida la ilusión, el deseo, los sueños, las fantasías, las creaciones, los chistes; más allá de que quepa, es que es eso lo que ha de ser producido: lo éxtimo. De la sobranza brotará otra verdad coagulada en el sujeto del inconsciente, que solo mediante la maniobra psicoanalítica encontrará asentamiento. Dar relieve a los aspectos más íntimos que habían quedado sepultados bajo toneladas de realismo, concreción y corrección; poner el acento en equívocos y errores, en vez de los aciertos y magnanimidades. Abogar por la autenticidad, el surgimiento de la subjetividad en vez de neutralizar estas irrupciones espontáneas con la imposición del éxito inmediato, el rendimiento y la excelencia, bien puede ser considerado como revolucionario. Y como poco antieconómico, si consideramos economía aquello que arroje máximos dividendos monetarios en el mínimo periodo de tiempo. Sin embargo la cuestión de la economía psíquica se mueve por otro sistema de valores.
Si los síntomas que obligan a los pacientes a acudir a consulta suelen ser fracasos académicos, económicos, amorosos, reclamando al profesional el regreso al inicial punto de partida, es necesario poder mirar desde otro lugar bien distinto para que toda esta en apariencia inmundicia quede revalorizada. Y es que el valor de la palabra no cotiza al alza en los tiempos que corren. La consabida pérdida de tiempo es por este motivo la mayor de las defensas desde los estamentos sociales contra el psicoanálisis: si el tiempo es oro, hay que aprovechar las sesiones; pero todo aprovechamiento solo puede partir de la ambición de poder, lo cual alimenta el síntoma en vez de desarticularlo, siempre al servicio del ideal. Poder al servicio de escabullir la verdad que causa al sujeto y enferma su ser.
La apuesta es tremenda para aquellos navegantes que se adentren en el dispositivo analítico. Tanto analista como consultante tienen entre manos la posibilidad de elaborar una producción que no puede ser fabricada en serie: es pieza única e irrepetible. Por tanto, no puede estar al servicio del Otro que demanda; ha de ser invención personal. La utilidad, así como el control, es una fantasía narcisista. La denominación de origen no proporciona marchamo de autenticidad: habrá de ser localizada otra nominación. La marca que ha de ser impresa sobre el folio de la transferencia ha de ser producida desde dentro hacia fuera: quedar englobados, aglutinados en el redil de lo deseable socialmente no es misión psicoanalítica. Producir autenticidad, hacer resonar la voz propia y no la que nos gobierna desde la cuna, función del analista.

No hay comentarios: