Por qué cura la palabra (4ª parte)
La
palabra, dentro del dispositivo analítico, no planea a la deriva por el
consultorio a merced de las corrientes pulsionales, sino que está movida por el
amor de transferencia. El diciente intuye que allá en el otro lado de su
emisión, algo de lo que está siendo pronunciado encuentra un interlocutor capaz
de entender las fuerzas ocultas que movilizan el discurso; un escuchante que sepa
de qué trata este sinsentido que se impone a la boca del pronunciante, y que en
la mayor parte de las ocasiones se le hace incomprensible al no lograr atinar
con la causa de que sean esas y no otras las líneas argumentales puestas en
juego sobre el tapete de la sesión. Ese otro que escucha ha de estar impregnado
con las capacidades del que sabe, del que conoce el intríngulis de las
disquisiciones inconscientes para que mediante el uso de su saber puedan ser
hilvanados los deshilachados textos inconscientes; el analista ha de quedar
irremediablemente investido con las sabidurías esperadas, con los conocimientos
deseados por ese que habla. Es supuestamente un trenzador de hilos narrativos,
un ser capaz de extraer luz de entre las
más oscuras tinieblas del sufriente; un experto podador que sabe dónde aplicar
el afilado instrumento cortante cuando la infección supura. Cómo no amar
entonces a alguien con capacidad y disposición de abarcar todo el caos interno
que nos somete y martiriza, y llevar a cabo la pirueta sin cometer la
imprudencia de coartar el flujo productivo a base de enjuiciamientos, consuelos
o parlamentos fuera de contexto: las tan ansiadas pautas que exigen aquellos
que aspiran a la curación milagrosa. Alentando el discurrir del pensamiento sin
emitir objeciones que traben los ocasionales alumbramientos que suelen tener
lugar es como el discurso del analizante encontrará fuerza para deslizarse.
El
amor hacia el analista es de índole diferente al de características sexuales,
pues si nos acoge en su consultorio no es por lo que queremos ser, no es
seducido por nuestras cualidades más o menos llamativas: considera válidas
cuestiones que portamos como invalidantes. Admitir nuestras miserias,
contradicciones y podredumbres sin intentar erradicarlas, incluso fomentándolas
a base de dejarlas estar, hace de la situación analítica un espacio muy
diferenciado a los intercambios habituales.
Si
bien la transferencia se produce en todo tipo de ámbitos comunicativos
(médico-paciente, religioso-feligrés, peluquero-usuario…) es en la sesión
analítica donde la potencia transferencial adquiere fuerza inusitada; y es que
lo puesto en circulación en la sesión psicoanalítica transciende la
comunicación usual: lo dicho engloba más de lo que se quería decir. Habrá por
lo tanto un querer que desborda lo que en principio sería deseable. Si lo
expresado procede del pensamiento ¿qué pensamiento habrá podido alentar estas descoordinadas
frases carentes por completo de sentido?
Cuando
lo dicho excede lo que el Yo del diciente considera como decible, esto es, como
aquello que correspondería a lo que sus propios ideales exigen, y las palabras quedan
desprovistas de su poder de comunicación para así establecer lazos sociales,
quedando desperdigadas en todas direcciones; si lo que se quería decir ha
dejado lugar a aquello que era necesario decir porque el que gobierna la nave
del discurso ha cedido el puesto de mando a lo amotinado del discurso del
inconsciente, entonces ese puerto que acoge y amarra semejante maremágnum sin
rumbo, este fluido mareante del que no conocemos su procedencia, ha de ser
significado como alguien que habita al margen de los parámetros estipulados. Lo
decretado como socialmente aconsejable, útil o eficiente, deja espacio a la
aparición de otra cosa: lo extravagante, extraterritorial. Y es que la
excentricidad implica que lo central ha dejado de importar; en la sesión importa
el excedente, lo sobrante, lo desechado por el sistema. Entonces tiene cabida
la ilusión, el deseo, los sueños, las fantasías, las creaciones, los chistes;
más allá de que quepa, es que es eso lo que ha de ser producido: lo éxtimo. De
la sobranza brotará otra verdad coagulada en el sujeto del inconsciente, que
solo mediante la maniobra psicoanalítica encontrará asentamiento. Dar relieve a
los aspectos más íntimos que habían quedado sepultados bajo toneladas de
realismo, concreción y corrección; poner el acento en equívocos y errores, en
vez de los aciertos y magnanimidades. Abogar por la autenticidad, el
surgimiento de la subjetividad en vez de neutralizar estas irrupciones
espontáneas con la imposición del éxito inmediato, el rendimiento y la excelencia,
bien puede ser considerado como revolucionario. Y como poco antieconómico, si
consideramos economía aquello que arroje máximos dividendos monetarios en el
mínimo periodo de tiempo. Sin embargo la cuestión de la economía psíquica se
mueve por otro sistema de valores.
Si
los síntomas que obligan a los pacientes a acudir a consulta suelen ser
fracasos académicos, económicos, amorosos, reclamando al profesional el regreso
al inicial punto de partida, es necesario poder mirar desde otro lugar bien
distinto para que toda esta en apariencia inmundicia quede revalorizada. Y es
que el valor de la palabra no cotiza al alza en los tiempos que corren. La
consabida pérdida de tiempo es por este motivo la mayor de las defensas desde
los estamentos sociales contra el psicoanálisis: si el tiempo es oro, hay que
aprovechar las sesiones; pero todo aprovechamiento solo puede partir de la
ambición de poder, lo cual alimenta el síntoma en vez de desarticularlo,
siempre al servicio del ideal. Poder al servicio de escabullir la verdad que
causa al sujeto y enferma su ser.
La
apuesta es tremenda para aquellos navegantes que se adentren en el dispositivo
analítico. Tanto analista como consultante tienen entre manos la posibilidad de
elaborar una producción que no puede ser fabricada en serie: es pieza única e irrepetible.
Por tanto, no puede estar al servicio del Otro que demanda; ha de ser invención
personal. La utilidad, así como el control, es una fantasía narcisista. La
denominación de origen no proporciona marchamo de autenticidad: habrá de ser
localizada otra nominación. La marca que ha de ser impresa sobre el folio de la
transferencia ha de ser producida desde dentro hacia fuera: quedar englobados,
aglutinados en el redil de lo deseable socialmente no es misión psicoanalítica.
Producir autenticidad, hacer resonar la voz propia y no la que nos gobierna
desde la cuna, función del analista.
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