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CARDO BORRIQUERO

Los caminos certeros son mentira. De la ruta a la rutina no hay más que dos pasos y dos letras.

jueves, 17 de octubre de 2019

La transferencia: un amor al lenguaje más allá



El dispositivo analítico favorece la puesta en circulación de una palabra que desborda su uso corriente, al servicio de una comunicación destinada a establecer vínculos con los que cubrir necesidades; más allá también de la función de hacer de soporte al pensamiento. La palabra surgida en el dispositivo analítico excede, arrasa las mencionadas posibilidades: rebasa al sujeto que la pronuncia. El pronunciante se encuentra arrastrado por un oleaje que desconoce y que le ahoga: su hablar de entrecorta, traba y enmudece, sufre de parones y pérdidas de atención donde la distracción es patente: “No sé a qué ha venido esto” suele ser la manida frase de la que echan mano los que se topan con un decir que no consideran como propio, frase formulada como un intento de corregir la deriva, de amarrar el discurso a puerto conocido. La presentificación del inconsciente una vez hecho palabra pone de manifiesto eso Otro que nos habita y desconcierta; y que por consiguiente no admitimos.
El desbordamiento a que el analizante se ve sometido por el surgimiento de la palabra traída por el inconsciente genera una pérdida abrumadora de las sujeciones yoicas, provocando un desvanecimiento momentáneo de las coordenadas subjetivas arrojando al hablante a un lugar deslocalizado. La isla de goce emergida no aparece en ningún mapa de navegación. La manifestación de la angustia obliga, a quien no ose adentrarse por esos desconocidos océanos, a retroceder de inmediato a su entramado constitutivo, a lo que siempre fue, por más que sea precisamente lo consolidado del sujeto lo que causa su malestar. El armazón que ha sustentado el sistema yoico, en su tambaleo y agrietamiento, permite el alumbramiento de lo extraterritorial. De entre las fisuras hace aparición una palabra nueva, desperdigada, inconexa con el núcleo duro de la personalidad, caparazón defensivo con el que los humanos intentamos hacer frente a las exigencias de la vida.
La mencionada frase de “no sé a qué ha venido esto” pone de relieve que un material extraño se ha revelado. Producto sin etiquetado, marca ni denominación de origen; rama tronchada por la corriente pulsional hasta el borde de la boca, traída por no se sabe qué cauces. Desarticulemos la frase para examinar su potencial.
-No sé: quedan aquí expuestas dos cuestiones esenciales. El sujeto, yo; y el saber. El yo hablante, egosintónico a la personalidad (ideales, imagen…) no sabe, algo se le escapa. Si bien el sujeto yoico cree que sabe, verdaderamente es una marioneta en manos de un ventrílocuo (habla desde las tripas) que se comunica a través de él. Este saber insabido, ignoto, porta el germen de Otro saber, no al servicio de la estructura, sino más bien en detrimento de ella, horadando las junturas por donde logra infiltrarse como nueva información, deformante por demás, debido a la contorsión que habrá de hacer el que la porta para no rechazarla como absurda, incomprensible: no venida a cuento.
-A qué ha venido esto: ¿viene a cuento de qué? Si viene es para algo, ¿pero qué? Inmigrante sin papeles que acaba de lograr una inscripción en el servicio de atención al ciudadano del centro de refugiados en que ha quedado convertido el consultorio. Lejos de ser desaprobado, el analista sube a este espontáneo al estrado, le deja faenar y exponer la palabra extraída de la maleta del síntoma. La xenofobia que se ejerce contra nuestro sublingüismo, contra nuestro acallado punto de partida, obliga a retroceder al viajero. Lejos de amordazar a los recién llegados, el analista queda conmovido por ellos, les ofrece el micrófono mostrándoles sus respetos y cercanía; conoce la lengua, lalengüa apenas balbuceada debido a la escasa práctica en el arte de la retórica que tiene el exiliado. Consultorio refugio de lo que no debiera estar, pero está; por fuera de lo que la ley que rige, ordena, comanda, organiza y distribuye, siempre en aras de lo cuantificable. Pero ¿qué de bueno podrá traer lo que viene de fuera? ¿Con qué intenciones llega? ¿Valdrán para algo estas alocuciones en harapos que deambulan por la orilla de la playa de la transferencia sin calzado ni revestimiento alguno, carentes de belleza e incomprensibles para colmo?
Diplomático plurilingüe, el analista invita a elevar el tono, dar resonancia, hacer reverberar lo apenas entredicho susurrado entre dientes, alfombrando el terreno para que logre cuajar el mensaje, lo hablado que atraganta al diciente por la escasa comprensión que despierta. Esta invitación que el público-superyó —que teme la reprobación e insiste en el goce de lo igual, lo unitario, sin dar cabida a la diferencia— intentará aplacar con su material de combate: la reprobación represiva. Si bien el analista prueba y saborea exóticos manjares transoceánicos, en ocasiones de gustos alejados a lo que su paladar acostumbra, el superyó cancela, censura y aniquila. Sin embargo el saber-sabor traído por el de afuera porta un grano de verdad de gran intensidad, encrespando al superyó que siempre vela por su pureza imaginaria, aspiración a la consistencia de lo idéntico, el mantenimiento esclerotizado de lo que había, aniquilando variaciones, lijando desigualdades, conservando los ideales que sustentan la cultura del país ahora invadido por las hordas de lo diferente. Otro acento, otros ropajes. No a la moda. En absoluta minoría.
El analista, que sabe del temor a lo diferente, ha de mediar para que el superyó condescienda de los altares, descorra los cerrojos y otorgue permiso de residencia, al tiempo que alarga la mano a lo novedoso que teme que con su irrupción se desestabilice la sólida construcción que sostuvo el edificio identitario. Labor compleja e intrincada, plagada de obstáculos. Del lado del analista, porque tampoco sabemos qué traerá el mensajero. Del lado de este, porque el riesgo de que el derrumbe pueda llegar a aplastarle es una posibilidad factible. Del lado del superyó, porque su lugar quedará desplazado del protagónico que había ostentado, abanderado portador de los estandartes que configuran la supuesta verdad del sujeto, revestido con los oropeles de lo deseable y armonioso.
Si bien se podría afirmar que lo transferido en el dispositivo analítico es un mensaje emitido por el inconsciente que va tomando relieve en el decir del analizante y que arrastra connotaciones de deseo, la dimensión de lo transferido alcanza aspectos de necesidad. El diciente expresa en su discurso la necesidad de encontrar una ubicación desde la cual propagar su decir: un lugar propio, lo que no puede reducirse a una nominación, mecanismo simbólico que encuadra y resume las coordenadas geográfico-psíquicas del que habla: eso que está por decir no cabe en el nombre, impuesto por el Otro a expensas de la verdad del sujeto.  Ese lugar viene tipificado por una palabra de amor que funde el derecho a decir. Si se nos otorga la palabra habrá posibilidad de que el sujeto sea constituido. En el núcleo más remoto de la transferencia bulle pues una urgente necesidad de amor y reconocimiento, permiso para llevar a cabo la producción de un decir deseante, que dista de la demanda del Otro todopoderoso, quien para el sujeto ostenta los parabienes del que ha sido coronado con la potencia: lo uno, la unificación, la cual puede llegar a confundirse con lo indiscutible. La aspiración a la totalidad, sin falla ni fisura, implica creer que desde la falta y la división subjetiva no hay lugar, pues esa oquedad desprestigia cualquier intento de aspirar a lo deseado.
En la transferencia, dar un lugar implica, por tanto, consentir al que habla abandonar el no-lugar y posicionarse en el mundo. Del mismo modo que en la anorexia queda confundida la necesidad de amor con la demanda de alimento, recibiendo comida cuando lo preciso  era amor —dar lo que no se tiene, no ocultando la castración y el deseo— llenando con la sustancia alimenticia los espacios vacíos que solo el amor procura transitoriamente, así en la transferencia, llenar de saber e interpretaciones, no abre el espacio al desenvolvimiento del que habla, quien se va construyendo a medida que se encuentra con su propio decir. Si la transferencia es el basamento que otorga al deseo incipiente el derecho de cuidadanía, el amor es la columna central que sostendrá el edificio que pueda albergar al sujeto en proceso de constituirse. Amor al futuro frente al pasado necrosante, función del analista. Amor a lo desconocido, a lo venido de fuera; al porvenir. Un amor más allá.

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