El dispositivo
analítico favorece la puesta en circulación de una palabra que desborda su uso
corriente, al servicio de una comunicación destinada a establecer vínculos con
los que cubrir necesidades; más allá también de la función de hacer de soporte al
pensamiento. La palabra surgida en el dispositivo analítico excede, arrasa las
mencionadas posibilidades: rebasa al sujeto que la pronuncia. El pronunciante
se encuentra arrastrado por un oleaje que desconoce y que le ahoga: su hablar
de entrecorta, traba y enmudece, sufre de parones y pérdidas de atención donde
la distracción es patente: “No sé a qué ha venido esto” suele ser la manida
frase de la que echan mano los que se topan con un decir que no consideran como
propio, frase formulada como un intento de corregir la deriva, de amarrar el
discurso a puerto conocido. La presentificación del inconsciente una vez hecho
palabra pone de manifiesto eso Otro que nos habita y desconcierta; y que por
consiguiente no admitimos.
El
desbordamiento a que el analizante se ve sometido por el surgimiento de la
palabra traída por el inconsciente genera una pérdida abrumadora de las sujeciones
yoicas, provocando un desvanecimiento momentáneo de las coordenadas subjetivas
arrojando al hablante a un lugar deslocalizado. La isla de goce emergida no
aparece en ningún mapa de navegación. La manifestación de la angustia obliga, a
quien no ose adentrarse por esos desconocidos océanos, a retroceder de
inmediato a su entramado constitutivo, a lo que siempre fue, por más que sea
precisamente lo consolidado del sujeto lo que causa su malestar. El armazón que
ha sustentado el sistema yoico, en su tambaleo y agrietamiento, permite el
alumbramiento de lo extraterritorial. De entre las fisuras hace aparición una
palabra nueva, desperdigada, inconexa con el núcleo duro de la personalidad, caparazón
defensivo con el que los humanos intentamos hacer frente a las exigencias de la
vida.
La mencionada
frase de “no sé a qué ha venido esto” pone de relieve que un material extraño
se ha revelado. Producto sin etiquetado, marca ni denominación de origen; rama
tronchada por la corriente pulsional hasta el borde de la boca, traída por no
se sabe qué cauces. Desarticulemos la frase para examinar su potencial.
-No sé: quedan
aquí expuestas dos cuestiones esenciales. El sujeto, yo; y el saber. El yo
hablante, egosintónico a la personalidad (ideales, imagen…) no sabe, algo se le
escapa. Si bien el sujeto yoico cree que sabe, verdaderamente es una marioneta
en manos de un ventrílocuo (habla desde las tripas) que se comunica a través de
él. Este saber insabido, ignoto, porta el germen de Otro saber, no al servicio
de la estructura, sino más bien en detrimento de ella, horadando las junturas
por donde logra infiltrarse como nueva información, deformante por demás,
debido a la contorsión que habrá de hacer el que la porta para no rechazarla
como absurda, incomprensible: no venida a cuento.
-A qué ha
venido esto: ¿viene a cuento de qué? Si viene es para algo, ¿pero qué?
Inmigrante sin papeles que acaba de lograr una inscripción en el servicio de
atención al ciudadano del centro de refugiados en que ha quedado convertido el
consultorio. Lejos de ser desaprobado, el analista sube a este espontáneo al
estrado, le deja faenar y exponer la palabra extraída de la maleta del síntoma.
La xenofobia que se ejerce contra nuestro sublingüismo, contra nuestro acallado
punto de partida, obliga a retroceder al viajero. Lejos de amordazar a los
recién llegados, el analista queda conmovido por ellos, les ofrece el micrófono
mostrándoles sus respetos y cercanía; conoce la lengua, lalengüa apenas balbuceada
debido a la escasa práctica en el arte de la retórica que tiene el exiliado.
Consultorio refugio de lo que no debiera estar, pero está; por fuera de lo que
la ley que rige, ordena, comanda, organiza y distribuye, siempre en aras de lo
cuantificable. Pero ¿qué de bueno podrá traer lo que viene de fuera? ¿Con qué
intenciones llega? ¿Valdrán para algo estas alocuciones en harapos que
deambulan por la orilla de la playa de la transferencia sin calzado ni
revestimiento alguno, carentes de belleza e incomprensibles para colmo?
Diplomático
plurilingüe, el analista invita a elevar el tono, dar resonancia, hacer
reverberar lo apenas entredicho susurrado entre dientes, alfombrando el terreno
para que logre cuajar el mensaje, lo hablado que atraganta al diciente por la
escasa comprensión que despierta. Esta invitación que el público-superyó —que
teme la reprobación e insiste en el goce de lo igual, lo unitario, sin dar
cabida a la diferencia— intentará aplacar con su material de combate: la
reprobación represiva. Si bien el analista prueba y saborea exóticos manjares transoceánicos,
en ocasiones de gustos alejados a lo que su paladar acostumbra, el superyó
cancela, censura y aniquila. Sin embargo el saber-sabor traído por el de afuera
porta un grano de verdad de gran intensidad, encrespando al superyó que siempre
vela por su pureza imaginaria, aspiración a la consistencia de lo idéntico, el
mantenimiento esclerotizado de lo que había, aniquilando variaciones, lijando
desigualdades, conservando los ideales que sustentan la cultura del país ahora
invadido por las hordas de lo diferente. Otro acento, otros ropajes. No a la
moda. En absoluta minoría.
El analista,
que sabe del temor a lo diferente, ha de mediar para que el superyó condescienda
de los altares, descorra los cerrojos y otorgue permiso de residencia, al
tiempo que alarga la mano a lo novedoso que teme que con su irrupción se
desestabilice la sólida construcción que sostuvo el edificio identitario. Labor
compleja e intrincada, plagada de obstáculos. Del lado del analista, porque
tampoco sabemos qué traerá el mensajero. Del lado de este, porque el riesgo de
que el derrumbe pueda llegar a aplastarle es una posibilidad factible. Del lado
del superyó, porque su lugar quedará desplazado del protagónico que había
ostentado, abanderado portador de los estandartes que configuran la supuesta
verdad del sujeto, revestido con los oropeles de lo deseable y armonioso.
Si bien se
podría afirmar que lo transferido en el dispositivo analítico es un mensaje
emitido por el inconsciente que va tomando relieve en el decir del analizante y
que arrastra connotaciones de deseo, la dimensión de lo transferido alcanza
aspectos de necesidad. El diciente expresa en su discurso la necesidad de
encontrar una ubicación desde la cual propagar su decir: un lugar propio, lo
que no puede reducirse a una nominación, mecanismo simbólico que encuadra y
resume las coordenadas geográfico-psíquicas del que habla: eso que está por
decir no cabe en el nombre, impuesto por el Otro a expensas de la verdad del
sujeto. Ese lugar viene tipificado por
una palabra de amor que funde el derecho a decir. Si se nos otorga la palabra
habrá posibilidad de que el sujeto sea constituido. En el núcleo más remoto de
la transferencia bulle pues una urgente necesidad de amor y reconocimiento,
permiso para llevar a cabo la producción de un decir deseante, que dista de la
demanda del Otro todopoderoso, quien para el sujeto ostenta los parabienes del
que ha sido coronado con la potencia: lo uno, la unificación, la cual puede
llegar a confundirse con lo indiscutible. La aspiración a la totalidad, sin
falla ni fisura, implica creer que desde la falta y la división subjetiva no
hay lugar, pues esa oquedad desprestigia cualquier intento de aspirar a lo
deseado.
En la
transferencia, dar un lugar implica, por tanto, consentir al que habla
abandonar el no-lugar y posicionarse en el mundo. Del mismo modo que en la
anorexia queda confundida la necesidad de amor con la demanda de alimento,
recibiendo comida cuando lo preciso era
amor —dar lo que no se tiene, no ocultando la castración y el deseo— llenando
con la sustancia alimenticia los espacios vacíos que solo el amor procura
transitoriamente, así en la transferencia, llenar de saber e interpretaciones,
no abre el espacio al desenvolvimiento del que habla, quien se va construyendo a
medida que se encuentra con su propio decir. Si la transferencia es el
basamento que otorga al deseo incipiente el derecho de cuidadanía, el amor es
la columna central que sostendrá el edificio que pueda albergar al sujeto en
proceso de constituirse. Amor al futuro frente al pasado necrosante, función
del analista. Amor a lo desconocido, a lo venido de fuera; al porvenir. Un amor
más allá.
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