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CARDO BORRIQUERO

Los caminos certeros son mentira. De la ruta a la rutina no hay más que dos pasos y dos letras.

martes, 10 de diciembre de 2019

¿Existe o no la violencia de género? Una escueta reflexión psicoanalítica.


 Lo humano ha ido conquistando parcelas de la realidad mediante el uso de la palabra, siendo el lenguaje la característica primordial de lo humanizado. Se deshumaniza a alguien cuando se le despoja de su capacidad subjetiva, concretándose esta anulación en el amordazamiento de su palabra. Disminuir su existencia hasta hacerle sentir nadie para el otro es el castigo mayor que puede recibir el preso: la incomunicación.
Cuando en el dispositivo analítico se posibilita un lugar donde llevar a cabo el despliegue de la palabra, el sujeto en el uso de su capacidad para hablar abarca espacios no transitados que habían caído en la periferia de su ser, limítrofes con la volatilización de su discurso. Son estas marginalidades expulsadas al extrarradio de lo decible, las que asaltan el consultorio y toman la palabra, en ocasiones para sorpresa del locutor, que no sabe dónde poner lo que de su boca ha salido.
Ser desoído es desaparecer en la inexistencia. Sin nadie que nos escuche, no podemos entrar en las redes del lenguaje y sus intercambios, no alcanzando siquiera estatuto de sujetos. Es precisamente el hecho de dar consentimiento a lo que se puede decir lo que causa alivio a aquel que padece, pues es mediante el encadenamiento de ideas en forma de lenguaje como se va trenzando una posibilidad novedosa que permita abrir la hendidura de los decires ya consolidados, viejos y anquilosados; aquellos que cristalizaron en un síntoma, ya sea de orden corporal o social.
Horadar el malestar apalabrando lo doloroso sintomático —aquello que no se podía decir—  es lo específico del proceso psicoanalítico; por el contrario, es la represión, el silenciamiento lo que cierra el círculo de lo mórbido, cancelando la posibilidad de ensanchar el camino discursivo. Todo tratamiento arroja una palabra nueva, un trozo de real queda nombrado. Lo incognoscible queda recortado, alcanzado por la palabra que a partir de ese momento entra en los circuitos pulsionales, formando parte de los restos que podrán incorporarse al cauce libidinal. Iluminar estas zonas angostas, haciéndolas visibles con el foco de la atención y, posteriormente, de la palabra es función del análisis que procura las herramientas necesarias para que la nube de la confusión ceda ante el antinieblas de la lucidez del que se atreva a hablar.
La diferencia que arroja este enfoque es de tal calado que produce una ruptura en la continuidad penumbrosa de lo desconocido: brota una nueva verdad. Algo oculto resalta de entre la maraña de decires. Será por tanto la aniquilación de la palabra nueva lo que sostenga lo anterior, lo previo: la cadena perpetua que da lugar a la repetición. Cuando el significante localiza eso que latía pero de lo que no se hablaba, y subraya con su pronunciación lo novedoso, tiritan los cimientos de lo estipulado. La censura, la duda, el bloqueo, la inhibición; la represión en suma en todas sus formas aparecerán a imponer un silencio, puesto que esta nueva aparición no tiene cabida en los estándares hasta el momento utilizados: han sido puestos en jaque los supuestos básicos en que se sostenía la cultura, ahora resquebrajada.
Cada tiempo ha de hacer sitio a su real, y el nuestro tiene que lidiar con las reivindicaciones de lo femenino. Ha de ser nombrado por lo tanto aquello que durante siglos ha sido relegado: la discriminación de la mujer por el hecho de ser mujer. La brecha salarial, el techo de cristal, la mutilación genital, la violencia de género son los sintagmas que la lucha contra el machismo en todas sus formas ha logrado alumbrar.
Que la violencia de género es violencia, es una redundancia de tal hondura que denota el intento de borramiento del sujeto que la pronuncia. Y defender que todas las violencias son iguales es un burdo modo de neutralizar el hecho diferenciador de haber sacado a flote el pecio del menosprecio a la mujer a cargo del hombre a lo largo de la historia. Cada violencia tiene su particularidad, por lo que se hace decisivo alumbrar las zonas de desastre, ubicarlas con precisión en el mapa de la agresión, y no arrojar cortinas de humo a lo que a golpe de pico y palabra, vamos logrando arrancar de las fauces de la ignorancia.
Concretar los conflictos permitirá abordarlos en toda su magnitud; anular, silenciar, escamotear los reductos que la palabra ha logrado desenmascarar de las tinieblas de lo desconocido no puede hacer desaparecer lo que ha brotado. Lo real se hace sentir: lo simbólico  lo nombra. Pero solo se puede legislar sobre lo que el lenguaje apalabra, de ahí que la forclusión sea el modo de intentar hacer desaparecer el nombre, en este caso concreto, de un tipo de violencia.
Pretender llevar a cabo una regresión a estados previos del desarrollo humano conlleva  nefastas consecuencias y costes terribles en cuestiones relativas al psiquismo; en el plano de lo político no es diferente. Recortar las libertad de expresión mediante la operación quirúrgica de amputar los significantes, no hará jamás desaparecer la violencia de género del real del que ha manado.

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