En la película de 1994 dirigida por Frank Darabont Cadena perpetua, Brooks, (personaje representado por James Whitmore), uno de los presos que más tiempo de condena había cumplido no logra
reinsertarse en la sociedad una vez ha sido puesto en libertad. Incapaz de
encajarse en los nuevos engranajes sociales, modificado por las décadas de
encarcelamiento, no logra acoplar su nueva realidad con su aplanado modo de
sentir fruto del prolongado cautiverio: había sido institucionalizado. El penal le había suministrado un falso
sentimiento de sí, con sus rutinas y quehaceres automatizados los cuales, al
tiempo que privan de libertad, nos proporcionan una estructura y continuidad
donde se pueda configurar el sentimiento de sí. Sin la mediación de un proceso
que posibilite metabolizar el cambio de estructura normativa, moral y laboral,
el sujeto queda a merced de la angustia, fruto de la dificultad de nombrar
aquello desconocido a lo cual se confronta para poderlo metabolizar. Sin este
proceso de asimilación, el malestar ha de cundir.
Si bien la privación de libertad
implica un daño psíquico, no es menos problemático el momento de la reinserción
en la nueva realidad. La renuncia que el confinamiento ha generado en los
sujetos, quienes nos hemos visto obligados a recomponer en un brevísimo lapso
de tiempo y a marchas forzadas nuestras coordenadas vitales, ha producido una
ingente cantidad de pérdidas frente a las cuales nos hemos defendido con las
herramientas que tuviéramos a nuestra disposición. Con el tiempo detenido, el
futuro se atisbaba a través del ventanuco de la Fase 0. Y del mismo modo que
los presos incomunicados precisan de gafas de sol para enfrentar la dañina luz
exterior, se nos expone ahora a la nueva
normalidad sin una mínima visera que nos permita aminorar la iridiscente
fuerza lumínica. Más bien se nos propone, invita, conmina, plantea, la urgente
necesidad de reanudar la marcha de la economía de cara a reactivar el consumo
que neutralice el temido paro: si no consumimos colaboraremos con la debacle
económica: seremos culpables del fiasco. Saben lo que hemos de querer.
Los noticiarios se encargan de
rellenar nuestro hambriento y depauperado imaginario con terrazas y playas, imágenes
de aeropuertos y planes de reactivación del turismo, al tiempo que se nos requiere
a proceder con máxima cautela para evitar un posible rebrote de la pandemia. Se
reviste la presión ejercida desde los medios gubernamentales de terminología
innovadora como nueva normalidad o
desescalada. La normalidad siempre es anómala, arroja un resto
desechable; tanto la anterior como la que venga será sustituida por otra en un
lapso de tiempo no muy extenso. Intentar imprimir en el discurso colectivo la
idea de normalidad como algo a desear no es más que una herramienta del poder
para reconducir hacia la producción a la masa de trabajadores a los que de
nuevo habrá que encauzar, antes de que se vuelvan perezosos. Inculcar un deseo
mediante la maniobra impositiva de la culpa y la reparación dejará un reguero
de inadaptados que incapaces de encajarse en el nuevo carril, quedarán relegados
a un lugar periférico en los engranajes sociales. Con la consiguiente carga de
sufrimiento psíquico para los más desfavorecidos.
Si tanto nos ha costado renunciar
a nuestra pequeña porción de libertad adquirida, en aras al mantenimiento de la
salud pública, anteponiendo los intereses globales a los particulares, más nos
costará arrojarnos de bruces a eso a lo que tanto hemos temido y que parece
acechar a la vuelta del otoño, metáfora de un más allá plagado de peligros
proveniente del ultramundo. Para aquellos que no conozcáis el destino de
nuestro entrañable Brooks, no quería poner fin a este escrito sin indicar que
el factor tiempo es crucial para el proceso de readaptación, y que si bien
hemos renunciado a muchas de las cosas que teníamos antes del confinamiento
ahora estamos siendo exhortados a una nueva renuncia: no nos dejemos imponer a látigo
y espuela un deseo sin tener en cuenta el ritmo al que somos capaces de galopar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario