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CARDO BORRIQUERO

Los caminos certeros son mentira. De la ruta a la rutina no hay más que dos pasos y dos letras.

viernes, 29 de mayo de 2020

La angustia en la desescalada


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En la película de 1994 dirigida por Frank Darabont Cadena perpetua, Brooks, (personaje representado por James Whitmore), uno de los presos que más tiempo de condena había cumplido no logra reinsertarse en la sociedad una vez ha sido puesto en libertad. Incapaz de encajarse en los nuevos engranajes sociales, modificado por las décadas de encarcelamiento, no logra acoplar su nueva realidad con su aplanado modo de sentir fruto del prolongado cautiverio: había sido institucionalizado. El penal le había suministrado un falso sentimiento de sí, con sus rutinas y quehaceres automatizados los cuales, al tiempo que privan de libertad, nos proporcionan una estructura y continuidad donde se pueda configurar el sentimiento de sí. Sin la mediación de un proceso que posibilite metabolizar el cambio de estructura normativa, moral y laboral, el sujeto queda a merced de la angustia, fruto de la dificultad de nombrar aquello desconocido a lo cual se confronta para poderlo metabolizar. Sin este proceso de asimilación, el malestar ha de cundir.
Si bien la privación de libertad implica un daño psíquico, no es menos problemático el momento de la reinserción en la nueva realidad. La renuncia que el confinamiento ha generado en los sujetos, quienes nos hemos visto obligados a recomponer en un brevísimo lapso de tiempo y a marchas forzadas nuestras coordenadas vitales, ha producido una ingente cantidad de pérdidas frente a las cuales nos hemos defendido con las herramientas que tuviéramos a nuestra disposición. Con el tiempo detenido, el futuro se atisbaba a través del ventanuco de la Fase 0. Y del mismo modo que los presos incomunicados precisan de gafas de sol para enfrentar la dañina luz exterior, se nos expone ahora a la nueva normalidad sin una mínima visera que nos permita aminorar la iridiscente fuerza lumínica. Más bien se nos propone, invita, conmina, plantea, la urgente necesidad de reanudar la marcha de la economía de cara a reactivar el consumo que neutralice el temido paro: si no consumimos colaboraremos con la debacle económica: seremos culpables del fiasco. Saben lo que hemos de querer.
Los noticiarios se encargan de rellenar nuestro hambriento y depauperado imaginario con terrazas y playas, imágenes de aeropuertos y planes de reactivación del turismo, al tiempo que se nos requiere a proceder con máxima cautela para evitar un posible rebrote de la pandemia. Se reviste la presión ejercida desde los medios gubernamentales de terminología innovadora como nueva normalidad o desescalada. La normalidad siempre es anómala, arroja un resto desechable; tanto la anterior como la que venga será sustituida por otra en un lapso de tiempo no muy extenso. Intentar imprimir en el discurso colectivo la idea de normalidad como algo a desear no es más que una herramienta del poder para reconducir hacia la producción a la masa de trabajadores a los que de nuevo habrá que encauzar, antes de que se vuelvan perezosos. Inculcar un deseo mediante la maniobra impositiva de la culpa y la reparación dejará un reguero de inadaptados que incapaces de encajarse en el nuevo carril, quedarán relegados a un lugar periférico en los engranajes sociales. Con la consiguiente carga de sufrimiento psíquico para los más desfavorecidos.
Si tanto nos ha costado renunciar a nuestra pequeña porción de libertad adquirida, en aras al mantenimiento de la salud pública, anteponiendo los intereses globales a los particulares, más nos costará arrojarnos de bruces a eso a lo que tanto hemos temido y que parece acechar a la vuelta del otoño, metáfora de un más allá plagado de peligros proveniente del ultramundo. Para aquellos que no conozcáis el destino de nuestro entrañable Brooks, no quería poner fin a este escrito sin indicar que el factor tiempo es crucial para el proceso de readaptación, y que si bien hemos renunciado a muchas de las cosas que teníamos antes del confinamiento ahora estamos siendo exhortados a una nueva renuncia: no nos dejemos imponer a látigo y espuela un deseo sin tener en cuenta el ritmo al que somos capaces de galopar.

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